8 de mayo de 2015

OSVALDO LAMBORGHINI

Envuelto en una paz apocalíptica
el tipo miraba la cocina,
las hornallas, el fuego encendido:
la cocina, empapelada ciertamente
con hojas o páginas
de diarios y revistas.
Él no había merecido la estrella de la mañana,
eso es claro, y no era (ni siquiera)
el primogénito de la muerte.
La vida pasaba como un lago.
Las orillas tensas, el centro mudo.
Agua ciega, pobre y cercada.

Aquel que ayer nomás decía
tomaba ahora mate eternamente
y leía novelas de vampiros.
Televisión y fármacos: la perfección
quedó en anhelo.
Renacerá el amor con la próxima guerra.
Y en un entonces sin entonces,
con un Dios pifio que siempre tarda,
entonces se apoyará en sus muletas
y abrirá el pico como una gaviota
y derribará las puertas del paraíso,
antesala del infierno.

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EL JUKY

Le tengo terror a los demonios
quiero decir a los domingos
¡Querida!
La delicia se transformó en pura delicadeza
y la voluptuosidad: pudor.
A la gacela le crecieron alas.
Moteada de almíbar para las noches
¡Dulzura!


en las horas matinales o medios días
se sala: igual al hornero, a Lugones,
limpia su casita.
¡Muñeca!
Es bueno irse a un país donde hay muchos troncos
y donde la “o” es un círculo, letra alguna,
pero
¡Piba!
si esos témpanos hablaran
esta pampa te diría
¡Otro hombre!
Y seguramente voy a matarlo con tus propias manos.

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