20 de noviembre de 2014

Pequeña muerte cotidiana


"Son eso: un Árbol que está solo entre la llanura inmensa. Aún hunden las raíces en la tierra, todavía elevan sus ramas al aire donde se arremolinan el calor y el polvo seco que arranca el viento. Resisten para no dejar de estar. Se alzan estoicos para volver a estar con otros."
Emiliano Bertoglio - Metáfora del Árbol que está solo

Creer que alguien muere burocráticamente es creer que la burocracia no se inventa, no la inventan. Porque verá, la burocracia es una maquina perfecta: no se ensucia, porque los responsables son multiplicados todo el tiempo; no tiene sobrantes, el papelerío innecesario se convierte siempre en algo más, en un proceso de bola de nieve que nada lo detiene, ni frena, ni comprende. La burocracia es el sistema lógico que, como en una computadora, hace funcionar a las instituciones, de tal forma que su coordinación o descoordinación parezca más una danza triste entre muertos vivos y maniquíes que en el manejo casi depravado de la vida humana.
Así, personajes como la Jueza Cecilia Fernández dice lo que dice, con su deplorable cadencia de palabras, hace lo que hacen las maquinas, "conquistar su rango de acción". Quiere dejar en claro que no podemos culparla a ella, sino al Sistema. ¿Quién es ese sistema? ¿En qué dirección se hospeda? ¿Dónde colgar las pancartas? Don Sistema parece un monstruo invisible que condena o premia según su deseo (según tu capital). Ay, que si de dioses se habla, los humanos sabemos crear los mas fantásticos y crueles.
Creemos que todo se funda a si mismo (pero nada nace de la nada) y no es tan así. Todo en Don Sistema se funda en intereses particulares. Y así, mientras la autopsia no lo diga, mientras el Poder Judicial no obre de oficio, mientras. Mientras. Mientras… nadie nada hace. “La droga es la madre del borrego de todo esto” dice la Jueza, mientras policías venden drogas a pibes en las villas y barrios periféricos. La máquina, en perfecto funcionamiento, se ríe y sigue contando y facturando.
El amor y la rabia son sentimientos valiosos. Los que dicen que no se puede construir del enojo simplemente se niegan a entender las grandes gestas. Don Sistema, con su cabeza burocrática, no tiene sentimientos. Es el tecno-centrismo perfecto, entallado, publicitado y que violentamente entra por nuestros poros todo el tiempo.
Ahora, que algunos se reunirán por la “democratización de las fuerzas de seguridad” (con ese tan emblemático personaje democrático que es Berni, imagínense, repartiendo lecciones constitucionales con palos modelo ‘76) yo no puedo decir algo más que unas simples palabras de desprecio a ellos. Ellos son los mismos que, como la frontera de la soja y como la no-frontera de la muerte, dicen que estamos bien y estábamos mucho peor. Esa terrible extensión metafórica que tiene la profundidad poética de una mancha en el piso, y se muestra a si misma como la comunión entre lo gauchesco y lo moderno, terrible falsa mascara teatral de un fondo que solo suena a huesos rotos.
Resistimos para no dejar de estar. Allá ellos, tecnoenamorados del horror, a mi dolor le esperan banderas, llantos, risas, lo que se necesite para alzar la foto de ese desconocido que ahora hoy se hace imprescindible de gritar

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