El cassette
sonaba con ese sonido (sssssssssssssshiiiiiiiiii) que hacen cuando se terminan,
un sonido tan mañana. Todo alrededor estaba rodeado de todo el rededor también.
Era algo pintoresco para esa hora en ese lugar, a esas formas. El viento le perseguía
un uno a uno a las persianas imprudentes que se apaliaban contra la ventana. La
sabana se deslizaba mejor que nunca. El, tranquilo, buscando no sé qué en una
mochila. Ella arreglando la foto vieja de sus pesadillas arriba de una columna,
para alzar la vista lejos, columna de cartas mal puestas, sueños mal dormidos,
medicinas incurables de los problemas de la metafísica preferida de él, el sabor
reencontrado con las venas. El cassette nadie lo pausaba. Como un triunfo más
de su gloria en cinta negra… seguía rodando como rodaban ellos en la cama a la
hora de la siesta noctiluca y posesiva de la trasnochada. El olor a semáforo prendido
le entraba a rajatabla a eso de las 9 de la mañana, ninguno tenía intención alguna
de levantarse, pero los bizcochos eran de nobleza obligada. Sabanas ¿limpias? No,
de nada, suaves, esa era la palabra, apagón repentino de los sentidos fuera del
auditivo para él, automático, robótico, armonioso como el grito sesgado del Ohm
en su tímpano abrazador, fuego sobre fuego sobre la costumbre del repique de su
señal en su cuenco. Se lo dijo ni pensarlo, en lo lindo que era estar acostada,
las sil culpas, sin fugas. Mesa de luz triturada, pared blanca luz, frío de
café preparado a las apuradas. Todo pintaba hermosamente imperfecto, todo
jugaba a los dados con la mano izquierda y el punto en la frente. Que se muera
la muerte, de acá no me levanto más.
Y no se levantó.
Él, nobleza
obliga, sí.
"Que se muera la muerte, de acá no me levanto más".
ResponderEliminarUn texto hermoso. Creo que me posicioné dentro de la escena y hasta me atreví a vivenciar la experiencia.
Eso es bueno por momentos. Son formas de trazar vivencias que no siempre son tan reales pero siempre estan ahí!
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