Llegando a la plaza Centenario
-la que desemboca de la cruza entre Buenos Aires y San Martín-
hay cuatro fuentes
una por esquina.
Una lógica arquitectonica clásica del diseño utilitarista
cada esquina es un lugar para estar, y la decoración cumple la función
de ser cardinales
a donde uno desee ir.
Las cuatro fuentes rara vez están funcionando a la vez
me acerco a una, apagada
las gotas no salpican la superficie del agua
dejando una leve sensación de quietud solapada
por el viento típico villamariense.
y como si de algas se tratasen
por ser agua estancada
retiro frases de la fuente
sustraigo una a una las mezclas de términos que transeúntes antes que yo
y después de mi dejarán ahí
hablan de ellos
de cómo se entienden o no
de cómo se quieren o no
de cómo se olvidan o no
hablan de ellos/ éstas frases que dejan flotando con impunidad
así como tiran papeles y paquetes vacíos de Philip Morris al piso
como una guardería de objetos muertos infantes (qué es la infancia para los tontos
sino la falta de contenido, y qué es la muerte para los tontos sino un deshecho)
hablan de ellos/ y no les importa que se encuentren varadas como barcos o perros solos
en esa misma plaza sus palabras
las que se dijeron tan dulce y tiernamente algunos amantes
o las alcoholizadas palabras de una nena punk camino a su departamento
o las curtidas palabras de un pibe como cualquiera llorando.
y sucede lo terrible
saco todas
y ninguna incluye
la palabra
el sujeto aunque sea
tácito
vos.
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