2 de abril de 2013

El tiempo en que se van


Enfrentamiento tardío de situaciones encontradas pasos atrás. Exceso de pasos, distanciamiento agigantado. Tic tac, taquicardia, tic tac.
Se acerca el momento, apurarse, el minuto en punto y el nudo que asfixia el sistema respiratorio.
El vómito verbal y el choque de tiempos con verbos. Querer entender, odiar los asuntos pendientes mal-catalogados “después”.
Mari Gutiez

Un verdadero revolucionario está guiado por grandes sentimientos de amor…

Ernesto Che Guevara.

Aclaraciones:

Una revolución puede ser, bien un cambio circunstancial de la historia, o bien el haber estado haciendo circunstancias en su propia historia. De todas las formas posibles, el haber revolucionado el adiós, sea el último o el primero, significa haberle tenido un miedo a la muerte tan grande que ya no asusta.


A 1 minuto de la revolución, pensó en ella.
A 2 minutos de la revolución, pensó en la revolución.
A 3 minutos de la revolución, pensó en un cuadro de Monet, en un poema de Whitman y en una canción que nadie cantó.
A 4 minutos de la revolución, sabía que vencería.
A 5 minutos de la revolución, sabía que moriría. Y ahí se le complicó.
Cuando los momentos no son los justos y a las apuradas te obligan a hacer más precisiones que verdades es como un trabalenguas del alma. El problema fue que después de respirar como la primera vez que despertaba en su vida, a 5 minutos de la revolución, llegó el día siguiente y ni la revolución ni el amor lo habían matado lo suficiente como para saberse muerto.
Toda revolución empieza por dentro, así también su armamento. Tenía en su mano un fusil, en su mochila municiones y en su bolsillo una libreta. Tenía en la otra mano un grito ahogado y en el resto del cuerpo el amanecer acariciando lo áspero de vivir. Así el sol se enterneció de tanta locura junta y le permitió ese silencio que todo él sabía bien que significaba.
Bien sabido que un fusil de versos y balas del calibre de un te quiero al revés del mundo, bien sabido que un todo el alma nunca alcanza para ganarlas todas (las revoluciones, obvio).
Atacó con todo: frases, diptongos, antónimos y sinónimos. Puntos, líneas, paralelos y meridianos. Comas y besos y largas distancias con largas pausas y largos puntos con coma con larga cola que nada querían.
Como explicar tanto amor a esas horas de la mañana, a esas horas de conocerse tan poco, de saborearse tan tanto y esperando.
Atacó con el miedo de saberse perdido y con un futuro a cuestas de saber que ninguna revolución merece tanta sangre derramada incluso cuando no se derrama sangre.
Atacó con el silencio. 5 minutos antes de lo esperado ataco con silencio y con todo su significado de palabra muda. Luego el resto del armamento y el batallón ulterior a su alma se encargó.
La besó seguro. La besó seguro de que nada valía. El beso fue un seguro de que fue una buena batalla perdida. Fue último y tal vez fue el primero con sabor a otra sombra
Era la segunda vez que caia en una revolución de besos de despedida. La primera la gano, la segunda, a cuestas.
El problema de las revoluciones internas es justamente, el adiós que viene 5, 4, 3, 2 o 1 minuto antes de ellas. El problema de pensar en ella es justamente que ella está ahí, a 30 centímetros, a 1 metro, a una cuadra. Se va, se va y se fue.
Ni la revolución ni el amor lo habían matado lo suficiente como para saberse muerto. Festejo la victoria esa misma noche con una cerveza. (De más decir que en estado cadavérico y en putrefacción).
Pero se sabía.

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