Para mi lo que tiene un milagro de azaroso también lo tiene
de necesario, y por ese sutil camino que es la doble disposición de su ocupación
(azar y necesidad) nos permitimos suponer que todo milagro tiene una amplia
capacidad de no ser pensado como tal, pasar desapercibido cual logística de lo
incontable, tan es así, que la creación de la bella metáfora producida por
Dayana al pasar frente a una casa de patio delantero simil-victoriano con un
león de cemento en su entrada, la misma pronunció, en referencia al felino de
material: "parece una almendra gigante".
Mas no se refería, como en un principio creí, en una
comparación hermosa y absurda entre el león y los frutos secos de color canela,
sino a su gata, Almendra, que gusta de dormir en posición parecida a la que
descansaba (si es que tal bicho biológicamente no-vivo podía descansar) el
león, y por lo tanto la invención paso de tener un simple mensaje para Dayana a
construirse en hermosa imagen mental de una almendra gigante decorando la
entrada de una casa.
En eso estábamos cuando yo pensaba que cosas raras son los
milagros, y Bell Ville es un poco eso, una cosa rara que mezcla azar y
necesidad, un río intenso y unos edificios ineludiblemente grandes para lo que
es el tamaño real de la ciudad le permiten una visión panorámica a uno de
entender como tantas cosas pasan en tan poco tiempo. La ciudad a la que la Mona
le dedico un tema y en donde se creó la pelota de futbol según habitantes de la
localidad solo permite erigirse como milagrosa sin más si no frena en esa
mezcla hermosa de azar y necesidad. Bell Ville se capitula eternamente como un
anecdotario enorme, por lo menos desde que hablo con personas de ahí, y
habíamos caído en sus fauces porque era el cumpleaños de Paula, e, historias
más historias menos, la noche no había sido excepción. El listado iba desde un
bar en medio de un parque provincial hasta la policía apareciendo sobre el
puente a las 7 de la mañana mientras nosotros, famélicos de noche, buscábamos
una panadería para comer unos bizcochos antes de dormir. El consecuente
truncado de la línea de tiempo dado por los azules, para no dejarnos derrotar,
fue ir en su lugar al bar a jugar al Pool y bajoneando un pebete a las 8 y
media de la mañana, dormir 4 horas y resucitar como se pudiera nuevamente en la
tarde del parque más hermoso que se te pueda ocurrir en el cerebro.
¿Ahora entendes por qué pensaba en milagros todo este
tiempo?
Como decía, un milagro es algo magistral, sobre todo, porque
tiende a ser místicamente realista. Si supera esa cuota que hace que la
posibilidad este en tanque vacío pero las cosas ocurren uno tiende a aplicar un
alivio tal de saber que la providencia existe, aunque sea medio cojonuda. Y la
providencia esa noche estaba con nosotros, algo había recargado las energías
espirituales, tal vez fuese el hecho de que donde toca Madre Chicha se
reequilibran un poco los chakras de la suerte, tal vez fuese el alcohol en
dudosas dosis saludables en sangre de la noche anterior, yo había leído el
cuento historia verídica de Cortázar y todo indicaba que era así y mi hipótesis
se confirmaba: el milagro, partes iguales de azar y necesidad, estaba ocurriendo
ahí, haciendo el tiempo inmensamente más lento.
Lo note al ver la gente corriendo en el parque Tau esa tarde
de sábado con Caro y Day, después de cruzarnos la almendra gigante, cerca nomás
del mismo río donde 600 kilometros al oeste y muchos años atrás nacía yo, y
pongamos que lo milagroso entonces de todo esto es llegar con esta calmada
necedad del ser en sonreír con resaca, habiendo comprado un melón y perdido un
colectivo, mientras algunos por pura casualidad corrían como si alguna mano
hubiera cambiado la velocidad de reproducción de la película de mi vida.
Entonces, claro está, suspiramos.
Todos superamos ante la grandeza de lo que no nos importa
entender.
Y fumé. Porque no quedaba de otra.
Y sentí que estaba en el lugar correcto
Todo el tiempo
Minutos más
Minutos menos,
Menos mal.
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