16 de febrero de 2014

La condena del mar

Hace tiempo que pienso que
algún día no habrá mas poemas.
¿Prenderán babilonias de bibliotecas?
No existirá resistencia,
no se juntaran mas las palabras como cenizas
en un incendio forestal.



Miguel no le dirá nada lindo a Julia;
Laura perderá interés en sus cuadernos;
incluso los nombres serán eso
que pudo haber sido.
No puede escribirse el destino en una hoja
de té, en la borra fría
de café, o leer una estrella así como así.
Sin poesía no vale ninguna acción.



Hace tiempo que pienso, esto no es nuevo;
algún día no se escribirán versos
en la ventana o en el marco o en la bandera.
¿Será que yo estoy escribiendo poco
y estos barcos llenos de vocablos
no llegan nunca mas allá del mar?
de bocas negras; el mar
de espantos; estos perfiles.
Pregunto esto al aire. (porque nunca aprendimos a naufragar)



Me vas a decir
que no te gustaría darme letra
para otra paloma.
¿Me vas a decir que esperas
ese destino sin-migo?
Un poema es una resaca, una primavera.
Siempre una guitarra sin afinar
nunca un cansado control remoto.



No aprendimos nunca a naufragar.
Lo digo por los poetas en general, no es que quiera
hacerme parte de ese grupo
de personas importantes que saben diccionarios.



Yo creí una vez tener un buen barco
buenas sogas, ningún infierno nuevo.
Pero nunca esperé el diluvio
ni creí que la navegación era para otra cosa
que la condena de la soledad del mar.

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