2 de diciembre de 2009
En el medio de un desierto tan árido, donde no pueden vivir las almas, donde el curtido suelo se pierde en un horizonte infinito, donde no corre un piadoso hilo de agua, se levanta una casa.
Interrumpe la nada. Es una casa alta, cuyas paredes se tuercen, incluso la misma puerta, astillada, no logra mantenerse derecha.
Y detrás de la sucia ventana se escucha un gemido, un llanto. No corre ni la más pequeña brisa, se respira silencio. Tanto que si apoyaramos el oído contra el cristal escucharíamos sus lágrimas romperse contra la sucia mesa.
El cabello castaño cae sobre sus empapados ojos, se ruboriza. La piel tersa es pálida, parece muerta en un principio. Está sola, inmensamente sola.
Es el último humano en el mundo.
Golpean la puerta.
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